El camino de Santiago:

El autor Alan Delmonte recorrió el Camino de Santiago en el verano del 2006, y William Ramos lo recorrió en el verano del 2007. Partieron de St. Jean Pied de Port, y terminaron en Finisterre, recorriendo casi mil kilómetros a través de España. Luego de aquella experiencia, nunca han podido ver al mundo de la misma manera.

Tu nombre y tu historia ya no te parecen relevantes. Pareciera como si el Camino se hubiera tragado tu identidad y te hubiera dejado con solo un adjetivo en mente: Peregrino. De repente, todo aquello que alguna vez te pareció importante había quedado relevado por la vida misma que rebozó tu conciencia de una presencia inagotable, y de una paz que vociferaba tu nombre mientras entrabas en silencio a la mítica ciudad. Aquella frase que tanto habías escuchado durante el trayecto, “…más camino, menos Compostela…”, por fin cedía su significado mientras entrabas a la Catedral del santo apóstol, y te sentabas a presenciar la ceremonia del “botafumeiro” que esparcía su incienso por toda la parroquia.

Sentado en el antiguo templo observabas los rostros familiares de aquellos que acompañaron tus días y noches durante el trayecto, todos embelesados con el enorme incensario que oscilaba por la catedral esparciendo su dulce olor a gozo. Te sonreían mientras te miraban profundamente ya que sentían haber compartido un milenario secreto, como cómplices de un estado quimérico que solo tú y ellos llegaron a conocer. Sentado allí, mientras el cura les ofrecía la misa santa en un gallego impecable, por primera vez comprendes que el gozo real no se obtiene de alcanzar una meta, sino de haber vivido intensamente la aventura que te llevó a conseguirla. Tú, William Ramos, peregrino consagrado, ya conoces la verdad. Ahora comienzas a caminar sumergido en el presente, viviendo cada momento eterno como si fuera lo único que existiera.

Finisterre

Sales de la catedral extasiado, pero sintiendo que tu camino no termina aquí. El cabo Finisterre, el mágico lugar que por muchos siglos se consideraba el fin del mundo, espera tu presencia.  Como si el tiempo se hubiera detenido en aquella comarca de mar y de piedras, y un faro marchitado yace alumbrando una verdad a medias, como queriendo revivir la ilusión de lo que alguna vez fue.

Te acercas al despeñadero, donde la ira del mar se despabila rabiosa en el punto más occidental de Europa, y prosigues a efectuar el enraizado ritual que todo peregrino lleva a cabo al llegar a Finisterre: sacas una muda de ropa, la colocas sobre una de las piedras que aderezan el “fin del mundo”, y la prendes en fuego dejando ir con ella todo el bagaje superfluo que cargabas en tu alma hasta aquel crucial momento. Una decena de peregrinos hacen lo mismo, causando una aglomeración de pequeños incendios mientras el viento Ibérico sopla el karma hacia lo que alguna vez se consideraba desconocido. El sol baja pausadamente sobre el horizonte mientras recibe la tierna noche, que aglutina a los peregrinos alrededor de una fogata para seguir celebrando la sencillez. Compartes y conversas sobre lo acontecido en el transcurso de tu renacimiento, y te das cuenta que todos llevan con ellos la misma alegría de vivir que acogiste durante la caminata. Mientras los demás se despiden para regresar al pequeño poblado, decides acomodar tu saco de dormir sobre una de las piedras, y te resguardas dentro mientras observas el firmamento cargado de estrellas. El viento ibérico sopla sobre la noche fría en el fin del mundo, y tu alma peregrina se eleva hacia el cielo antes de que tus ojos se cierren en la penumbra. El Camino de Santiago parece terminar, aunque luego te darás cuenta que surgió en ti para siempre. Tu nombre ya no es William Ramos. Tu nombre es PEREGRINO.

Redactado en el periódico Diario Libre – ver artículo original