Seguíamos sin rumbo definido, pero como siempre escuchando lo que decía el camino y como todo lo bueno llega siempre improvisado, de la nada, como por arte de magia, así descubrimos uno de los lugares más místicos de esta región
Durante la noche escuchamos unos viajeros hablar sobre una isla, que a su vez eran dos, donde una estaba al lado de otra; solo se escuchaba hablar sobre Tititcaca, el sol y la luna. Imaginamos que se referían al “Lago Titicaca” que tanto habíamos leído por su influencia espiritual en esta zona de Bolivia desde tiempos ancestrales.
No perdimos el tiempo y decidimos desde Perú, luego del Machu Picchu ir tirando hacia el país vecino; Bolivia, por el Lago Titicaca. Llegamos a una ciudad que se llama Copacabana, y de inmediato sentimos la buena vibra de la gente, entramos a un bar mala muerte, ya lo se, siempre un bar, porque estas cosas suceden en los bares. Allí dentro un morador de la zona perteneciente a la tribu “Los Urus” de nombre Leonardo, nos explicó lo que eran La isla del Sol y La Isla de la Luna y naturalmente cómo llegar.
Al día siguiente nos embarcamos en un bote junto a Leonardo atravesando el Lago Titicaca. En un descuido decidimos probar las aguas del lago y nos zambullimos; estaba bastante fría. Llegamos finalmente a la isla de la luna y decidimos subir montaña arriba. La sensación de mareo y vértigo empezó a apoderarse de mi, ya que les recuerdo que el Lago Titicaca está a más de 3,000 metros sobre el nivel del mar, pero ya estaba preparado, tenía mi hoja de coca en los bolsillos. Empecé a mascarla y al cabo de unos 25 minutos ya estaba lleno de energía y no sentía el mareo.
Leonardo nos explicó cómo encontrar los restos arqueológicos del complejo ritual de la Roca Sagrada, pertenecientes a la época Incaica donde muy cerca del mismo estaba la Mesa Ritual. Allí se sacrificaban animales para rendirle homenaje al Dios del Sol. Esta isla aun es considerada sagrada y Leonardo nos enseñó cada rincón perdido de la misma.
Decidí darme un baño en una de las Playas de Challapampa donde una vaca decidió saciar su sed al mismo tiempo. Al salir del agua contraje una fiebre que hubo que llevarme a acostar de emergencia, estaba ardiendo por dentro y al mismo tiempo “titiritando”, pues la temperatura estaba sumamente fría. Conseguimos albergue en un humilde y pequeño hogar en la misma isla del sol, donde fui atendido por algunos locales. Un “té de coca curado con algo más”, funcionó como medicina y al abrir los ojos, milagrosamente estaba sano.
Al día siguiente decidimos ver el amanecer, dar paseos, y perdernos por ruinas, paisajes inigualables y simplemente observar lo que la gente local hacía; charlar, deambular, pastar y cuidar de sus animales. Leonardo nos llevó a la Isla de la Luna y allí vimos la puesta de sol, todo muy simple, pero poderoso…