Nos había caído la noche en uno de los lugares más especiales de toda la tierra. El estrellado firmamento comulgaba íntimamente con la densa niebla mientras nuestras bestias metálicas aullaban su voraz ronrón entre la oscuridad. La luz tenue de las estrellas acariciaba nuestro campo visual mientras tratábamos de subir la inclinada montaña que conducía a Dharamsala. El peligro acechaba por doquier…

En aquel momento, William Ramos, que no estaba en son de dejarse pisotear aquella noche, dejó desatar la furia vegana que se había ido calcinando con el cansancio del día, y se paró frente al insulso con cara de gravedad. Al ver la agresividad en su rostro, el ex-militar decidió dejar las cosas así y regresar a su mesa calmado. En aquel momento comprendí por primera vez que el español no es una lengua discreta frente a una muchedumbre extranjera, y que tener seis pies y tres pulgadas de altura siempre es una ventaja frente a cualquier oponente.

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